le ata los cordones bien fuerte, doble nudo, de los botines que le lustró. Porque el abuelo sabe de eso: es utilero de un club del pueblo. Pero ahora lo hace de corazón: viste a su nieto porque más tarde tiene partido. En un momento, lo mira y se ríe. A carcajadas
-¿De qué te reís, abuelo?
-De la ropa; de cómo estás vestido –le responde entre risas.
-¡No te rías, abuelo! Yo voy a ser arquero de verdad. ¡Vas a ver!
Veinticuatro años después, ese arquero sale del entrenamiento y recuerda la anécdota antes de pasar por el vestuario, en la zona del estacionamiento del predio de Atlético Nacional de Medellín. Está sin botines, en patas, y con pantalones largos, negros, con esquirlas de pasto. El arquero, o el nieto de, en unas horas, luego de ducharse, y luego de escuchar la misa que se organizó para el plantel, partirá a Japón. Lo espera el Mundial de Clubes. “Yo lo tenía en la cabeza desde chiquitito”, es de lo primero que dice, completando la anécdota. “Y me sacrifiqué tanto porque sentía que tenía condiciones; a pesar de todo lo que tuve que pasar para llegar a esto”. “Esto” es el reciente Mundial de Clubes, luego de ganar la Copa Libertadores, y de estar en planes de River, Boca e Independiente. Y el sacrificio es lo que comienza a partir del próximo punto y aparte. Porque esta, más que la historia de un arquero, es una historia de sacrificio.
Franco Armani dice que se hizo arquero a la fuerza. Que su hermano mayor, que le llevaba –que le lleva– tres años, jugaba de delantero y cuando eran chiquitos, a él le tocaba ir al arco. Siempre. El arco no era un arco: era el marco del garaje del fondo de la casa. Sin el portón, porque ya lo habían roto de tantos pelotazos. Franco, a veces, solía terminar llorando. Su hermano, a veces también, le pegaba. Y le hacía algo que era peor: lo hacía ir al arco. Aunque esa orden, más tarde, terminaría cambiándole la vida.
Ese arquero que no comenzó en el arco por convicción y del que su abuelo se reía mientras lo vestía de arquero, y que está por partir hacia Japón, debutó en Ferro, en el Nacional B. Su pase era de Estudiantes de La Plata, que lo había cedido para que jugara y ganara minutos. Pero en Ferro, además de no ganar minutos (jugó un partido en un año), le llegaron a pagar hasta un 10% del sueldo. Del sueldo de eso: de un arquero que llegaba a préstamo y que estaba más cerca de ser tercer arquero que arquero suplente. O sea, el sueldo de un laburante. Al menos, y por elección, seguía viviendo en la pensión de Estudiantes y se ahorraba un alquiler. También los viáticos: viajaba en auto junto a tres de sus compañeros.
Durante sus primeras vacaciones como arquero profesional, lo llamaron de Deportivo Merlo. Armani atendió desde Casilda. Sabía que Estudiantes quería que siguiera a préstamo y esta era la primera opción, después de la de Ferro, para seguir.
-Si es para jugar, voy. Si es para jugar, eh. Si es para jugar, sí.
Franco Armani repite la frase con su mano izquierda sobre el oído, como si fuera un teléfono. Está arriba de un auto que no es el suyo y sirve como sala de prensa. Afuera lo esperan algunos fanáticos para saludarlo y sacarse fotos con él.
El que lo llamó era –es– Felipe De la Riva, que le respondió que no le podía asegurar el puesto. Pero sí que comenzaría de titular y luego dependería de sus actuaciones.
Con 22 años fue el titular de un equipo que terminaría logrando el ascenso al Nacional. Y al año siguiente, renovó. Y como ya era “un arquero”, le alquilaron un departamento en La Plata. Viajaba en ese colectivo rojo que une la ciudad de las diagonales con el centro porteño y al bajar subía al auto de un compañero y arrancaban hacia el entrenamiento, en Ezeiza. Hasta que se cansó y habló con los gerenciadores, quienes le entregaron un Ford Fiesta. Ese año siguió jugando de titular, pero los resultados no fueron tan positivos, y debieron enfrentar a Sarmiento por la promoción para no descender. Durante el campeonato había escuchado rumores: que lo querían de equipos de Primera, que lo querían de Colombia.
-Y me salió para venir –recuerda.
Y también recuerda, tentado, o aclara mejor dicho, que su contratación no tuvo prensa. Nadie fue a entrevistarlo ni a pedirle fotos al aeropuerto de Medellín. Es más: los hinchas se quejaban de que no tenía nombre ni carrera para estar en Nacional. Franco Armani, el “no” refuerzo, arrancaría como quinto arquero. Se pasó el año entrenando a un costadito de la cancha, sintiendo que tenía que aguantar; que estaba ahí como “proyección” y que sus condiciones le traerían, no sabía cuándo, minutos de juego.
-Digamos que estuve de vacaciones –dice–. Hacía turismo y de noche me la pasaba llorando… jugué un solo partido a fin de año y fuimos a definición por penales y no atajé ni uno.
Los hinchas volvieron a cuestionarlo. Ahora porque no atajaba penales. Fue a finales de 2010. Se fue de vacaciones a Casilda, convencido: no volvería a Medellín. Su familia le torció el pensamiento, y su papá se subió al mismo avión, para que a Franco le costara menos.
El 2011 no cambió mucho: atajaba un partido cada quince días, por la Copa Colombia. Y las veces que tenía oportunidades de demostrar, no demostraba. En 2012 lo mismo. Alternaba y las cosas no le salían del todo bien. Y un día lo volvieron a llamar de Merlo. Le dijeron que lo querían y Franco sintió que era la oportunidad de volver a la titularidad. Y encaró al profe Osorio, su entrenador, y le comentó la situación. La respuesta fue que lo esperara. Que al término del próximo partido le diría si lo dejaba ir. Y Franco Armani, en ese partido, se rompió los ligamentos cruzados. Y allí, con ese dolor, con esa desesperanza y esas preguntas de por qué a uno, comenzaría otra historia.
-Yo creo que ahí empezó todo. Si me hubiera ido a Merlo, no creo que mi vida deportiva hubiese sido mejor. Las cosas pasan por algo. Dios me puso esa lesión para decirme “no te vayas de Nacional, que vienen cosas muy buenas para vos”. Fue el camino.
-¿Lo que te pasó es por el destino, el sacrificio, el azar?
-En otro momento te hubiera dicho que fue el destino. Hoy te digo que fue Dios. El me llevó a conseguir todo, a la posición en la que estoy. Dios tenía algo para mí, y era que Colombia sería el país en el que triunfaría, y no en la Argentina. Dios me dejó en el club perfecto para conseguir todo.
Dios llegó de la mano de la familia de su esposa, a la que conoció a principios de 2011. En un inicio no le fue fácil: entrar a la iglesia cristiana y ver a los fieles cantando, saltando, bailando, aplaudiendo, y algunos hasta desmayándose ahí mismo, era muy fuerte para alguien que hasta ese momento no tenía nada que ver con la religión.
-Estuve muy mal durante la recuperación –recuerda–. Me levantaba y no quería ir al club. Tenía que ir a la mañana a ver a los doctores y seguía durmiendo. No tenía ánimo. Era el único de los lesionados que iba de tarde. Pero llegaba y me acostaba en la camilla a dormir. Pensaba que no iba a volver a jugar al fútbol. Me miraba la rodilla y sentía que no iba a volver a ser el de antes; que no podría tirarme y volar más.
Y después de la operación, en uno de esos miércoles o domingos que iba a la iglesia, el pastor lo llamó a un costado del resto de los fieles. “Dios te va a levantar”, le dijo. “A partir de ahora te vendrán los éxitos”.
La palabra del pastor era lo único positivo durante la recuperación. Se entrenaba a un costado, lejos de los entrenadores, y sentía que nadie preguntaba por él. Además, le daba temor tirarse al piso.
-Y empecé a ir a la iglesia más que nunca. Yo no creía en Dios; le atribuyo a la iglesia todo lo que me empezaría a pasar en el fútbol.
Armani corta el relato porque se acuerda de algo. Ni bien llegó a Medellín una amiga lo llevó a una canalizadora de ángeles de la ciudad. La cita consistía en entrar en comunicación con un familiar fallecido. Y la canalizadora, en ese instante, comenzó a hablar con las palabras de la abuela de Franco. Con las mismas, a pesar de ser colombiana. “Fue emocionante. Y recuerdo que la señora me dijo que mi año de gloria iba a ser de los 28 a 29 años”.
Y lo sería.
Desde que cree en Dios, Armani se convirtió en el jugador que más títulos ganó con Atlético Nacional, batió récord de minutos sin recibir goles, ganó campeonatos locales e internacionales y comenzó a ser observado por otros clubes importantes. Después de años de ser el tercer o cuarto arquero del club
Creer o reventar.
Entre copas y campeonato se le complica ir a la iglesia. Pero el contacto con su pastor sigue. El mismo que le vaticinó todo lo que le está pasando. Lo llama desde la concentración antes de cada partido y le envía las prédicas de los miércoles. Y Franco ora. Mientras otros jugadores juegan a la Play o chatean, él ora.
El 12 de mayo pasado, Franco Armani atajó tres disparos de gol en menos de cinco segundos. Fue por la ida de los cuartos de final de la Copa Libertadores, en Rosario. El primero a Montoya, el segundo a Ruben y el último también a Montoya. Esa atajada, esa triple atajada, fue una especie de presentación en la Argentina. Los clubes grandes comenzaron a preguntar por él. Y durante el parate por la Copa América, River inició gestiones para que fuera el reemplazante de Barovero. Pero Armani decidió decirle no a lo que muchos le dirían sí. Y lo explica, siempre arriba del auto:
-Acá estoy muy cómodo. En el club y en la ciudad. Hasta los hinchas rivales me saludan por la calle. Cuando salió lo de River, pensé: “Si me voy, por más diferencia económica, ¿qué voy a jugar con River en el segundo semestre?”. Preferí quedarme en Nacional y jugármela a ganar la Libertadores y llegar al Mundial de Clubes. Y mirá cómo me fue.
-La mayoría de tus colegas suele priorizar lo económico. ¿Por qué vos no?
-Una vez, el profe Osorio me dijo: “La gloria trae la plata; el éxito trae la plata”. Y fue así: salimos campeones y todo mejoró. Además, acá tengo una vida, un proyecto. Cuando las cosas no me salían bien, podía ir por la calle sin problemas. En River eso sería complicado.
Franco Armani aclara que no es que no se iría nunca. Siente que jugar en la Argentina ya no es el único trampolín para llegar al fútbol europeo. Que habiendo salido subcampeón de la Libertadores en 2015, y campeón en 2016, y finalista de la Sudamericana (iban a jugar la final con el desdichado Chapecoense) alcanza para llegar a los ojos de los clubes europeos. Durante el mes de diciembre recibió llamadas de allegados a Boca e Independiente, y les respondió que en ese momento solo estaba pendiente del Mundial en Japón.
n los últimos meses se escuchó otro rumor: José Pekerman lo estaría observando para convocarlo a la selección de Colombia. Para eso, claro, debería nacionalizarse. Pero Armani, esta vez, lo duda.
-Es algo que me gustaría; hasta el momento de la Selección Argentina no tuve un solo guiño… el problema es que tal vez me decido por Colombia y me citan una sola vez, y por un partido me pierdo definitivamente de poder representar a mi país.
Esta vez, Franco Armani, el que empezó en el arco por una orden de su hermano mayor, el que atajaba con buzo de la marca de fútbol de ascenso Sport 2000 y a quien hoy auspicia Nike, el que rechazó a River y a Boca, está indeciso; no sabe qué hacer. Tal vez esté pensando en sacrificarse un poco más,de nuevo, en esta historia de sacrificio, para que Bauza lo tenga en cuenta.
Algo personal
NOMBRE COMPLETO: Franco Armani. NACIMIENTO: 16 de octubre de 1986 en Casilda, Santa Fe. EDAD: 32 años. ALTURA: 1,90 metros. PESO: 87 kilos. TRAYECTORIA: Ferro (2007/09), Deportivo Merlo (2008/10), Atlético Nacional de Medellín (2010/16). River Plate (2018-) TITULOS CON NACIONAL: 13 títulos: una Copa Libertadores; una Recopa Sudamericana; 6 Ligas Colombianas; 3 Copas Colombia y 2 Super Ligas. TÍTULOS CON RIVER: 1 Supercopa
Fuente: El Gráfico
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