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Fixture Superliga 2017/8

Biografía Enzo Francescoli

Intro:
Si hablamos del Enzo, hablamos del chico de ojos saltones que hizo deslumbrar a todos con su juego.
Si hablo de vos, la primera imagen que se me viene es la que levantas la libertadores del 96, ¿la segunda? Tu despedida y el gol de tu hijo o el abrazo con Gomez, quien no recuerda la frase “La gente no vomia por ver a Walter Gómez”
Si hablo de vos tengo que nombrar a millones de chicos que se llaman Enzo Ariel, nombre que también tengo destinado a mi próximo hijo.
Si hablo de vos se me eriza la piel en tan sólo nombrarte. El tan solo recordar el “Uruguayo-Uruguayo” que bajaba desde esa mole de cemento que llamamos Monumental.
Si hablo de vos tengo que decirte que con tan solo 50 años la seguís pisando y amasando como se diría como un pibe de 20 años que tienen todo el afán de ganar y debutar y romperla. 
Desde el Uruguay…

Se llama Enzo Francescoli y nació el 12 de noviembre de 1961 en el barrio de Capurro, en Montevideo, la capital de la República Oriental del Uruguay, país al que siempre le entregó todo futbolisticamente hablando. Hijo de Don Ernesto Francescoli y Olga Uriarte. Ese padre que también sentía el fútbol como una pasión, que hasta llegó a formar parte de las inferiores de Wanderes, pero que por cuestiones de trabajo no pudo seguir. Fiel seguidor de Peñarol, sentimiento que fue heredado por sus tres hijos, Luis Ernesto, Enzo y Pablo. Enzo comenzó a andar detrás de la pelota en el barrio, y a los 6 años ya jugaba al baby en el Club Cadys Real Junior, a un par de cuadras de su casa. También integraba el equipo del Colegio, el San Francisco de Salles, más conocido como Maturana por el nombre de la calle donde se levantaba sus orígenes. “Jugábamos en la calle” -cuenta hoy Luis Francescoli, médico traumatólogo y padre de 3 niñas-. “A la tarde, después de venir del colegio y de dormir la siesta. Armábamos unos arcos y jugábamos 20 contra 20, no sé, los que estuvieran en ese momento. Y también con chicos de diferentes edades. Mi hermano ya se destacaba, se notaba que le pegaba bien a la pelota”. También recuerda el padre de Enzo: “Un miércoles fuimos al Colegio porque había una entrega de premios. Enzo no había podido ir porque estaba en cama, con bastante fiebre. Le explicamos todo al cura, un hombre de apellido Soviski. El nos tranquilizó. No se hagan problemas, nos dijo, para después agregar: mire, que se cuide bien. Si es necesario, que falte el jueves y el viernes, no hay problema. Lo único importante es que se recupere para el sábado, que tenemos que jugar un partido decisivo. Mi señora no lo podía creer: ¡¿Cómo nos va a decir eso!? ¿Cómo se va a preocupar más por que falte al partido y no le importa si viene al Colegio? Pero fue así, nomas…”. Todos empezaban a pedir por Enzo. El apenas tenía 10 años. Pasó el tiempo, y Enzo necesitaba crecer en su carrera futbolística. Así fue como decidió irse a probar a Peñarol (club de sus amores) y a River Plate de Montevideo. Pero lo rechazaron. “Es muy chiquito, muy flaquito. Que venga el año que viene” fue la respuesta. El tendría revancha, y en un club con el mismo nombre, pero de otro país. Gustavo Raúl Perdomo, tiene hoy 38 años. Dicen sus entrenadores de inferiores, que era tan o más talentoso que Enzo, pero no llegó, como tantos otros que han quedado en el camino. Perdomo fue un hombre clave en esta historia… “Soy amigo de Enzo desde la infancia, porque mis padres se conocen con los de él desde hace mucho tiempo. Con Enzo nos criamos juntos en el barrio y también compartimos nuestra infancia en el club Cadys. Pero yo me fui a Wanderes cuando tenía 11 años y él siguió. Cuando yo estaba en la Cuarta División, fuimos con Wanderes a jugar un partido contra el Liceo Maturana, donde Enzo también jugaba. Yo, en toda la semana, le venía contando al entrenador, que concía a un chico del barrio que era un verdadero fenómeno. Le dije que lo siguiera durante el partido, que lo iba a sorprender. Al final ganamos nosotros 1-0 con un gol mío, pero Enzo la “rompió” y Martiarena lo llevó a Wanderers. no había cumplido 15 años. Tal vez aquel partido fue decisivo, tal vez, pero en realidad yo creo que no, porque Enzo tenía unas ganas locas de jugar en algún club importante y se hubiera ido a probar a Wanderers, por allí estaba yo, su amigo de la infancia”. Actualmente, así lo recuerda José María Martiarena: “Ese partido se disputó en el año 1976 y como este chico Enzo había jugado muy bien, yo le dije a Perdomo que lo acompañara al club a mitad de la semana siguiente. Lo llevó el 22 de julio y lo fichamos inmediatamente. Unos días después yo me enteré que él se había ido a probar a River Plate de Montevideo y que le dijeron que volviera un año después porque era muy flaquito. ¡Cómo son las cosas! Porque el entrenador de River era un conocido mío, un tal Peralta. Y si yo me hubiese enterado de eso, no lo habría fichado para no faltarle el respeto. Suerte que no me enteré. Después en las inferiores, a Enzo lo poníamos en cualquier puesto y respondía: de cinco, de ocho, de nueve. nosotros necesitábamos cambiarlo de posición porque éramos un equipo chico y no había suficientes jugadores. La diferencia con el resto se notaba enseguida. El y Perdomo eran dos cracks. Una tarde, jugando con la Cuarta contra Bella Vista, metió un gol de chilena igual al que después le hizo a Polonia”.El Montevideo Wanderers Fútbol Club fue fundado el 15 de agosto de 1902 y su nombre significa “errantes, vagabundos, bohemios”. Es un típico club chico uruguayo, donde todo se hace realmente a pulmón. Ahí se puede encontrar a Doña Gloria, “dueña” de la utilería del club… “A Enzo le encantaba la “Pesicola”. A mi me daba plata para que yo le comprara. Era un botija muy serio el Enzo. Y muy flaquito, si muy flaquito. Siempre fue así. Los chicos le decían “carretilla”. Es porque tenía la cara alargada…”. También se puede encontrar a Jorge Barrios, también conocido como “Chifle”. Un jugador que nació en Wanderers, y pasó por el Olympiakos de Grecia, Peñarol y la Selección Uruguaya. El cuenta: “Nosotros la teníamos clara. Los técnicos de inferiores como los de Primera nos decían: Ustedes quiten y dénle la pelota a Enzo. Así de sencillo. Ya desde cuarta división se veía que el loco era un jugador que encaraba para adelante y que iba a llegar lejos”. Enzo debutó en la primera el 9 de marzo de 1980, ante Defensor Sporting, como visitante por el Torneo Colombes. El encuentro finalizó con victoria 5 a 0. Así empezaba la historia grande de un grande… Al poco tiempo ya era tapa de los diarios, las noticias decían que River Plate de Buenos Aires ya lo estaba observando para comprarlo, y que el Milan de Italia también…Las idas y vueltas del pase…
Era 1982 y River necesitaba un recambio de jugadores. Muchas de sus figuras ya habían partido, como era el caso de Alonso, Pasarella, Ramón Díaz, Kempes, entre otros. Así fue como en una cena que tuvo Ernesto Homsani, por ese entonces integrante del Consejo de Fútbol, en Punta del Este, se le acercó el dueño del restaurant y le dice: “Hay un chico en Wanderers que anda muy bien. Le aconsejo que se lo lleve a River. Se llama Enzo Francescoli”. Ese fue el primer contacto que tuvo River Plate con Enzo, pero todavía para que comenzaran las negociaciones había que esperar. Ese ’82 para River fue lamentable. Alejado de la lucha por el campeonato, vapuleado en la Copa Libertadores por Peñarol y Flamengo, el equipo no sólo sentía el vacío de dejado por aquellos jugadores, sino que generaba una paupérrima convocatoria. Entonces los dirigentes de Nuñez volvieron a la carga en la búsqueda del flaquito que la “rompía” en Wanderers. Comenzaron las negociaciones, y luego de muchas idas y venidas, se llegó a un principio de acuerdo: 310.000 dólares limpios para Wanderers, más el 20 por ciento de la diferencia entre el precio de compra y de venta en una futura transferencia a Europa. También River se hacía cargo del 20 por ciento que le correspondía a Enzo y un 10 porcientos a intermediario. El único problema era que River no contaba con todo ese efectivo, por lo cual propuso dar 50.000 dólares en efectivo y el resto en cuotas avaladas por el Banco de Nápoles, con el dinero de la transferencia de Ramón Díaz. Mientras tanto Enzo viajaba a Buenos Aires, y arreglaba su contrato personal sin mayores problemas. De esa forma todo estaba OK. En Wanderers sólo faltaba una Asamblea de Socios, que aparentemente era una formalidad… En aquella Asamblea no se estaba muy de acuerdo con las el pago en cuotas, y había una gran incertidumbre. Había desconfianza por el cobro de esas cuotas, además se comentaba que el Milan de Italia estaba interesado en Enzo. Todos daban su opión, hasta el mismísimo Enzo: “Yo quiero jugar en River, es una gran oportunidad para mí. Y espero no desaprovecharla. Todos saben el nombre que tiene River internacionalmente. Y yo sé que se trata de un club elegante, cuya hinchada admite únicamente al que sabe jugar, que tiene un estilo definido, que siempre se destaca por su buen fútbol. Por eso me tengo fe. Creo que mi estilo andaría bien en River Plate”. A la hora de la votación, luego de dos horas de debate, por 85 votos contra 66 se decidió denegar la venta y pasar a un cuarto intermedio hasta que se modificaran las condiciones de pago y se extendiera por tiempo indefinido el aporte de aquel 20 por ciento por una futura. River accedió a esos pedidos, y se comprometió a liquidar todo el dinero en agosto de 1983. Bajo esas condiciones el jueves 24, se firmó un pre contrato que fue aprobado por una segunda Asamblea. Cuando todo parecía que terminaba, surgió un inconveniente con los avales, y no se podía realizar la venta. Así, luego de varias gestiones, River consiguió nuevos avales y pudo, finalmente el 21 de abril de 1983 concretar la compra de Enzo Francescoli. La dura llegada…
“Lamentablemente para todos, tantas tratativas quizás magnificaron mis cualidades, por eso espero no defraudar a nadie. Tan sólo tengo la ambición de satisfacer las expectativas que se crearon. Pero quiero recalcar que en River hay jugadores de primer nivel y yo seré uno más. No me considero el salvador de River. Lo único que voy a tener que hacer el domingo es no pensar en que todos los ojos van a estar puesto en mí. Eso sí: vine a uno de los mejores clubes del mundo y no me voy a achicar”. Fueron unas de las primeras palabras de Enzo cuando llegó a River. Llegaba a un equipo devaluado, que extrañaba a horrores a las glorias vendidas en los últimos años. Llegaba a un equipo que reclamaba a gritos volver a ser River. Había una gran expectativa, y el 24 de abril de 1983 los hinchas fueron al Monumental a ver al “salvador”, mal que le pesara al muchachín de 21 años. Fue por la segunda fecha del Campeonato Nacional, y River salió al campo para enfrentar a Huracán con Fillol, Saporiti, Tarantini, Nieto, Jorge García, Bulleri, Gallego, Francescoli, Bica, Chaparro, Commisso. River ganó 1 a 0, pero eso fue lo de menos. Lo importante, tuvo que ver con los movimientos de ese número “10” que a los dos minutos despertó la primera ovación cuando giró sobre la línea lateral y salió airoso de la marca, y que a los 20, tras empalmar un centro de Chaparro que finalmente terminó en corner, fue receptor de ese murmullo convertido en canto, que después escucharía tantas veces “Vení, vení, cantá conmigo / que un amigo vas a encontrar / que de la mano / del Uruguayo / todos la vuelta vamos a dar”.Tres días después del debut, River enfrentó a Ferro en Caballito. Triunfó 1 a 0 con un gol de Enzo de penal. Las cosas parecía encaminadas… Así contaba Enzo: “Allá en Montevideo, la imagen que tenía de River era la de un club muy grande con jugadores que debían competir entre ellos. Es la vieja historia de las trenzas, los caudillos… Yo me sentía intrigado con todo eso y resulta que me encuentro con muchachos macanudos, que se abren a la amistad. Por mi carácter, por mi forma de ser, muchas veces quedaba apartado, solitario. y siempre alguno se acercaba para bromear o conversar conmigo. Se daban cuenta que me sentía sólo y que me daban el apoyo, la confianza que necesitaba. Si hasta el día que surgió un penal me lo dieron para que lo pateara. En los entrenamientos yo tiraba alguno, pero Jorge García y Nieto eran los especialistas. Cuando se dio el penal contra Ferro, se acercó García y me pidió que lo pateara. Tiralo vos, le dije yo. No, queremos que lo patees vos, me contestó. Y ésa es una prueba de confianza que me compromete con todos mis compañeros”.Semanas más tarde, comenzaba un conflicto entre los jugadores y los dirigentes. Había problemas financieros y el primero lo tuvo el “Conejo” Tarantini. Luego lo tuvo Fillol y así fue como el 29 de junio, por el no pago de haberes, el plantel millonario se declaró en libertad de acción. Y comenzó la huelga. El conflicto se agudizó. River presentaba un equipo de juveniles, entre los que jugaban Mariano David Dalla Líbera, Néstor Raul Gorosito y Néstor Adrián De Vicente, para enfrentar conjuntos profesionales. Luego de 7 partidos, los chicos habían ganado 2, perdido 4 y empatado 1. Los hinchas ya no soportaban la situación, y comenzaron a ponerse en contra del plantel. Si bien los “grandes” volvieron a jugar, no había una buena situación con la gente. Allí Enzo comenzó a notar las diferencias entre el Wanderers y River Plate. Comenzaba a extrañar a sus padres, a su novia Mariela que todavía vivía en Montevideo, sus amigos. El fútbol argentino también era otra cosa. En ese primer año, Francescoli sufrió algunas brusquedades que todavía no estaba preparado, y tuvo que quedar afuera en dos oportunidades por importantes lesiones. No sólo Enzo andaba en la mala, sino que también River estaba en uno de sus peores momentos. En ese campeonato del ´83 River quedó en el puesto 18º entre 19 participantes. En noviembre Enzo es convocado a la selección de su país, y si bien los dirigentes de River se oponían a que se vaya, el técnico de Uruguay, Omar Borrás, les decía “Quédense tranquilos, que para estos partidos yo me llevo un diez, pero les voy a devolver al mejor diez del país”. Enzo anduvo bien en su país, le metió un gol de tiro libre a Brasil en la final y fue una pieza clave de su equipo. Las aguas estaban divididas… Muchos lo apoyaban, otros lo descalificaban. Terminó ese 1983 y comenzaba una nueva etapa para Enzo, donde por fin “despegaba” y desmostraba todo lo que sabía. La Consagración…
Enzo tenía muchas ilusiones depositadas en el año que arrancaba. El siempre confió en sus condiciones y no estaba dispuestos a bajar los brazos. Tenía una personalidad que, lejos de la fragilidad que aparenta, es fuerte y obcecada, seguramente como consecuencia de sus raíces italianas. Ya había pasado la huelga de los jugadores, sus lesiones y con su casamiento proyectado para febrero de ese año las perspectivas parecían otras. Parecían simplemente porque en los primero días de 1984 asumió Luis Alberto Cubilla. Y el uruguayo aparentemente no tenía a Enzo entre sus planes. Le decía a la revista El Gráfico del 10 de enero de ese mismo año cuando se le preguntó si estaría dispuesto a que River se desprenda de Francescoli para conseguir el pase de Alfaro: “Si hacemos diferencia económica y deportiva, si. Pensemos que su cotización está en los 400 mil dólares. Con ese dinero estaríamos en condiciones de traer tres excelentes valores para reforzar el equipo sin comprometer el partrimonio del club”. Pero Francescoli no quería saber nada con irse del club, y daba sus motivos por aquellos días: “No me interesa para nada irme de River. ¿Por qué? Porque me propuse triunfar aquí, porque yo vine desde mi país el año pasado para jugar en uno de los equipos más importantes y siempre confié en rendirle al máximo de mis posibilidades. Se que no lo pude hacer todavía, por eso lo mío es una cuestión de orgullo”. Enzo se quedó en el club, pero igualmente Cubilla consiguió que le traigan a Alfaro. Estaba claro que entre Roque y el Beto Alonso que regresaba de su exilio forzozo en Vélez, se encontraba el diez de River. Y que Francescoli no iba a tener la posibilidad de pelear por ese puesto, pero tampoco podía “desaparecer del mapa”. Por eso, Cubilla lo hizo jugar de ocho, una posición que Enzo no sentía para nada. No estaba para nada de acuerdo, pero se puso la ocho y comenzó a luchar. Así y todo, Enzo tuvo una clara recuperación, comenzó a convertir goles y a destacarse, ya no era el mismo del año anterior. Siempre señaló que la llegada de Alonso fue clave en su recuperación. River llegó a las semifinales del Campeonato Nacional, y allí venció 2-1 a San Lorenzo, tanto en el partido de ida como en el de vuelta. Faltaba un solo obstáculo, que era Ferro Carril Oeste. Parecía un barrera no muy complicada, pero el equipo de Griguol le ganó 3 a 0 en el Monumental. El partido revancha fue en Caballito, y a los dos minutos del primer tiempo “La Máquina Verde del Oeste” se colocó en ventaja. El encuentro no concluyó porque la hinchada de River comenzó a quemar los tablones de Caballito, y la barbarie se propagó al campo de juego. Fue un golpe muy duro para los dirigidos por Cubilla. Semanas después River pierde con Unión 5 a 1, lo que termina con el entrenador uruguayo. Para Enzo concluía así una de las etapas más difíciles, más allá de que nunca hubiera armado un escándalo público el hombre respidaba aliviado la ida de Cubilla. Pero hasta de las experiecias malas también se aprende… Producida la desvinculación de Cubilla, asume como entrenador interino Don Adolfo Pedernera, que era el máximo responsable del fútbol amateur. Allí comenzó a gestarse un nuevo River a partir del cambio de posiciones de unos cuantos jugadores: Francescoli pasó de ocho a “nueve y medio”, como le gusta definir su puesto al mismo Enzo, Héctor Enrique de siete a ocho y Alfaro quedó como rueda de auxilio en el medio campo. Si bien no se obtuvieron resultados rápidamente, se vislumbraba un cambio. Así lo revive el mismo Enzo: “Con Don Adolfo nos encontrábamos muchas veces en la confitería del club y charlábamos. Respecto a mi posición un día me dijo: Vos tenés todas las condiciones para engancharte en los últimos 30 ó 40 metros de la cancha, tenés que ser mucho más desequilibrante de los que sos volanteando. Y tenía razón. Hoy le estaré agradecido por ese cambio”. Ya casi empezado el campeonato, se elige el nuevo director técnico: Héctor Rodolfo Veira. El primer partido lo vio desde la platea, y cuando le preguntaron por Enzo dijo lo siguiente: “¡Que jugadorazo!, le tiran cualquier cosa, él la mata y sigue. Es un fenómeno”. Veira tomó el equipo a mediados del Metro del ´84, y en ese torneo River finalizó en la 4ta. ubicación, a ocho puntos del Campeón Argentinos Jrs. Enzo ya era Príncipe y cada vez jugaba mejor. “El apodo surge porque yo andaba con un metejón con el tango Príncipe -Comenta el relator Víctor Hugo Morales- y lo cantaba a cada rato. Hizo un gol y repetí una parte: Príncipe soy, tengo un amor y es el gol . Aparte el apodo le caía justo al hombre algo melancólico, tristón, con un andar verdaderamente principesco. Por eso, más que nada, creo que perduró en el tiempo”. En aquel torneo se convirtió por primera vez en goleador, con 24 tantos. El año ´85 comenzó con sorpresas. River contrató a Ruggeri y Gareca, que venía de Boca Jrs. luego de un conflicto con el club por su libertad de acción. También se sumó la “Araña” Amuchástegui. El equipo comenzó con buen pie el Nacional, pero sin uno de sus pilares, porque estaban las eliminatorias para el Mundial de México. Para Veira, Enzo era único. Lo demostraba en sus declaraciones: “Enzo te resuelve un montón de problemas. Es un fenómeno total. Para mi está en el gran nivel, a la altura de Platiní, Rummeniegge y Maradona. Hace todo, lo mando jugar atrás, de punta, y se hay que cabecear, salta como pocos. Nunca dice nada: va, juega y produce”. De ese Nacional quedó afuera River, luego que lo eliminó Velez Sardfield. El otro torneo fue diferente. Era un todos contra todos en dos ruedas y el nivel de juego de River iba creciendo. Una semana después de que comenzó la primera fecha, se sumaba al plantel un hombre clave para ese año: Claudio Alberto Morresi. Así, luego de una lesión de Alonso, Morresi ocupaba ese “cargo”, y encaminba a River para el título. Nadie parecía detenerlo, aunque había que dar un par de exámenes todavía. Enzo se ilusionaba: “Ahora sobran afectos, todo es compañerismo. Y el título está cerca. Este es el River con el cual soñaba antes de venir”, razonaba en los últimos días de 1985, tras recibir el Olimpia de Plata al mejor futbolista del año, el primero -pero no el último- de su carrera. El comienzo de 1986 fue a toda orquesta y Enzo estaba a punto de cumplir dos sueños: salir campeón con su equipo y participar en un Mundial de mayores. Esos tres meses antes de su partida, fueron quizá los más brillantes de su carrera, dejando ese imborrable recuerdo a toda la gente millonaria. Promediaba el verano, y las clásicas copas en Mar del Plata. Era un 8 de febrero de 1986. Enzo siempre recordará esa fecha y la asociará con una de sus jornadas más felices. River jugaba contra Polonia, que se preparaba para jugar el Mundial ´86, por un triangular que también participaba Boca Jrs. Era un encuentro más, sin demasiadas presiones. Los polacos se adelantaron en el tanteador con un 4 a 2. A siete minutos del final, Francescoli convirtió el segundo tanto personal para acortar la distancia. Sobre la hora, Centurión puso el 4 a 4, que parecía definitivo. Ya pasados tres minutos en tiempo de descuento el Beto Alonso lanzó un tiro libre desde la derecha. El centro pasado aterrizó en la cabeza de Ruggeri, y su cabezazo cayó en el pecho de Francescoli. Casi en la puerta del área grande, el Príncipe empalmó de chilena el balón y la clavó en el palo izquierdo del indefenso arquero. El hombre salió corriendo, sin saber con quien abrazarse y a su vez queriendo abrazar a todos. El Tolo Gallego lo buscaba con los brazos abiertos sin saber bien que era lo que había visto. El Bambino entró al campo como poseído. El estadio había estallado y era una locura. Nadie podía reaccionar ante lo que acababa de observar. Enzo Francescoli había escalado hasta un punto inimaginable.Solamente le faltaba el título, ese que no se le podía escapar. Y fue el 9 de marzo de 1986, ante Velez, ganando 3 a 0, con un gol propio de penal, en el Monumental. El Príncipe anotó el gol en el útlimo minuto y quedó de cara a la tribuna local, con los brazos bien altos, símbolo inequívoco de una victoria por la que había luchado como pocos. No podía ser de otra forma. No hubiera sido justo. Con ese triunfo, el equipo del Bambino Veira se aseguraba el el campeonato cuando todavía faltaban 5 fechas, y Enzo quedaba al tope de la tabla de goleadores con 25 tantos, repitiendo así el rito de 1984. Junto con Ruggeri fue el jugador con más presencias en el torneo: 31. Así recordaba a Enzo su compañero Jorge Gordillo: “Enzo no fue fundamental sólo por los goles, también fue importantísimo para nosotros, los defensores, porque cuando llegaba un momento del partido en el que no nos daban más las piernas, se la tirábamos a él y descansábamos. El hacía el resto: aguantaba la pelota el tiempo necesario y nosotros no podíamos recuperar tranquilos. Enzo ya era un referente en aquella época, aunque no tuviera la trayectoria de tipos como Alonso y Gallego. Yo lo vi muy feliz a lo largo de todo el campeonato: lo vivió a pleno y consiguió lo que se había propuesto”. También Roque Alfaro tiene palabras de elogio para Enzo: “En mi primera práctica, yo estaba en el banco de suplentes de la cancha auxiliar viendo a los jugadores y me preguntaba a mí mismo: ¿Cómo puede ser que a este tipo lo critiquen tanto si es un fenómeno? Era la primera vez que lo veía, pero yo sabía que las cosas que se decían de él. Eso fue en 1984. Y enseguida me di cuenta de lo buena persona que es: a pesar de que yo llegaba para jugar en su puesto, el trato de él hacia mí fue espectacular desde el primer día hasta el último”. La DEspedida…
Enzo Francescoli, el más grande, el master, el botija, el príncipe, el uruguayo, simplemente ENZO, ese nombre que tantas emociones le dio a la hinchada millonaria con ese talento incomparable, esos tacos, esas palomitas, esos goles… Realmente se merecia una despedida como la que tuvo aunque nadie hubiese querido que se despida, pero ese día llegó tal como lo venia anunciando el mismo Enzo desde cuando River ganó el Apertura ’96 que él creia que ese sería su último título (después se dio el lujo de llevarse también el Clausura y Apertura ’97, y la Supercopa). A todos los riverplatenses nos da mucha lástima no poder volver a verlo en una cancha de fútbol jugando un partido oficial con la camiseta de la Banda, pero nadie nos podrá quitar esa imagen de “su” juego de nuestra memoria. Se despidió ante 60.000 personas (estadio completo) en la tarde-noche del 1º de agosto de 1999 en una fiesta espectacular con esos colores que solo River puede mostrar y esas fiestas que solo River sabe hacer (como dijo Ramón), con una gran cantidad de banderas que era imposible ponerse a contar cuantas eran, con ese partido de pibes de las inferiores que jugaron antes de que apareciera el “Príncipe”, con grandes sorpresas como fue la de que jugara el “Chileno” Salas (nadie se lo esperaba) -el Monumental empezó a delirar por este otro maestro cuando apareció entre los titulares (no podia ser de otra manera) en el tablero electrónico-, también el “Negro” Altamirano, el “Luigi” Villalba, Hernán “Hormiga” Díaz, el “Diablo” Monserrat, R. Ayala, etc. No importaban los nombres, la hinchada y el mismo Enzo hicieron que el partido sea una fiesta, con sus hijos en el campo de juego soñando con que pronto el talento lo demuestre otro Francescoli; el saque inicial de Walter Gómez (figura uruguaya del viejo River); la marcha de “El más grande” de Copani de fondo repitiendose una y otra vez; los fuegos artificiales en el final; la bandera enorme con esa leyenda que también llevaban los jugadores en la espalda: “Eternamente Gracias” en una forma de agradecerle a la hinchada tanto cariño que le dio todos los años que jugó al fútbol; esa última vuelta olímpica como jugador despidiendose de todos con los brazos en alto y esa sonrisa que se mezclaba con algunas lágrimas (la ovación de la hinchada era tan grande que fue irresistible hasta para él). Cuando la voz del estadio anunció “…con el 9, Enzo Francescoli…”, se vino la cancha abajo, con el cartel electrónico que acompañaba los cantitos de la hinchada pidiendole que no se vaya. El equipo ese hizo recordarle a cualquiera a la formación de River del ’96-’97 pero con algunos talentos nuevos como es el caso de Saviola y Aimar. No pude ver la despedida del “Beto” Alonso porque tenía 4 años (1987) asi que no me podía perder este partido de ninguna manera. Cada vez que veia desde la platea Centenario Baja a la dupla Príncipe-Matador, Enzo-Salas no podia evitar acordarme de esas tardes en la que llenaban los ojos de excelente fútbol con goles impresionantes. Cada vez que la tocaba el Enzo el Monumental entero lo ovacionaba por más que no le salian las cosas como las hacia antes, pero eso ya no importaba después de darnos tantas alegrias. Metió un par de amagues, hizo dos tacos barbaros (uno a Aimar y otro a Saviola), participó en los tres goles, ensayó algunas paredes, etc. No se le puede pedir más nada a un genio como él. No tiene la energía como para correr como antes pero la calidad con la pelota no la perdió a pesar de que ya hace casi un año y medio que se retiró. Encara en diagonal, hacia el área, amaga, busca el hueco para el remate. Lo encuentra y remata por primera vez: ataja sin problemas Flores. Insiste, con un tiro más débil, y controla con más facilidad el arquero. Encara de nuevo, engaña a Pacheco y desde la medialuna, rodeado de defensores, casi sin espacio, activa la derecha, a colocar, arriba, un disparo para que Flores se luzca con una volada que deriva en córner. Es un disparo a lo Francescoli. Llegó el primer gol de River a los 41 minutos del primer tiempo con un centro de Sorín y una palomita del “Maestro” Enzo que le tapó el arquero de Peñarol dandole un rebote que embocó luego el “Matador” Salas. Cuando cabeceó el “9” creia que la pelota ya habia entrado porque desde donde yo estaba no veia la línea de gol del arco porque me la tapaban los carteles de publicidad, por lo que empezamos a gritar el gol unos segundos antes creyendo por un instante que lo habia convertido Enzo (hubiese sido algo espectacular si esa pelota entraba de parte de él). En el segundo tiempo, a los 12 minutos, penal contra el mismisimo Enzo: golazo al ángulo superior derecho del arquero Flores; delira el Monumental pensando que va a ser la última vez que gritemos un gol de Enzo que no sea a través de un video, pero no, a los 26 minutos, el mismo jugador que habia cometido el primer penal le hace otro a Saviola (será que este jugador Bizera entiende como son estas fiestas); otra vez podemos gritar gol con marca registrada Enzo Francescoli al otro palo a media altura. Ramón se divirtió con los cambios, los hizo todos y jugaron todos los suplentes. Insultos merecidos de la hinchada hacia Maradona y hacia Cedrés, interminables elogios para Enzo, para el “Matador” Salas (creo que va a ser el heredero del “Príncipe”   , para los dos Díaz.

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