En el cuento “La noche de los dones”, Borges escribe que “cuando una cosa es verdad, basta que alguien la diga una sola vez para que uno sepa que es cierto”.
Y eso fue lo que me había pasado con Moreno. Pocos días después vi una foto en un “Gráfico” usado, el “Charro” estaba suspendido en el aire, la cabeza volteada hacia abajo y mirando la pelota, esa a la que le pegaba de taco. Su camisa de River a botones, el pantalón celeste, las medias grises. Aquella foto era una estampa de una plasticidad inédita como esa del “Diego con alas” que arranca abriendo los brazos en México ´86; una foto que combinaba al bailarín clásico y al atleta viril.
Y eso fue lo que me había pasado con Moreno. Pocos días después vi una foto en un “Gráfico” usado, el “Charro” estaba suspendido en el aire, la cabeza volteada hacia abajo y mirando la pelota, esa a la que le pegaba de taco. Su camisa de River a botones, el pantalón celeste, las medias grises. Aquella foto era una estampa de una plasticidad inédita como esa del “Diego con alas” que arranca abriendo los brazos en México ´86; una foto que combinaba al bailarín clásico y al atleta viril.
José Manuel Moreno es uno de los máximos ídolos de la historia de River Plate. El "Charro" fue uno de los integrantes de la "Máquina", aquel equipo de la década del 40' que tenía a él, Múñoz, Pedernera, Labruna, Loustau. Con ellos, el conjunto de Núñez arrasó con los torneos a nivel local; mientras que el delantero logró un total de nueve títulos a lo largo de dos etapas entre 1935 y 1944 y entre 1946 y 1949.
Nacido en Buenos Aires en 1916, el “Charro” debutó en River en 1934, afirmándose como titular en 1936 junto a Adolfo Pedernera, Carlos Peucelle, Renato Cesarini y Bernabé Ferreira; algo así como el primer boceto de “La Máquina” que vendría 5 años después, con esa delantera de leyenda que cualquier hincha de River recita de memoria: Juan Carlos Muñoz, “Charro” Moreno, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna y Félix Loustau.
Gol del Charro a Racing
Y en este esquema, Moreno inventó la posición del “jugador total”, esa misma que luego le haría decir a Di Stéfano que todo lo que él hacía en el Real Madrid (agarrar la pelota en su área y llevarla hasta el arco de enfrente y allí asistir o fusilar) ya lo había hecho el “Charro” en River. De hecho, Di Stéfano debutará en River en 1947 con Moreno como “pasador de lujo”, para erigirse en goleador del campeonato con sólo 21 años. Para ese entonces, Moreno volvía a River tras una ausencia de 3 años. Había ido a México, donde en 1946 logró el campeonato con el Club España. Su paso por el país azteca le valdría el apodo de “Charro” para siempre. Pero su vuelta duraría poco. Moreno volvería a irse de River tras la huelga de jugadores de 1948. Y entonces deslumbraría en la Universidad Católica de Chile y luego en Defensor Sporting de Montevideo. Volvería a la Argentina con 40 años, para tener un paso fugaz por Ferro Carril Oeste y luego por Boca Juniors, el club del que siempre se confesó hincha. “Por cuestiones de la vida me tocó jugar y triunfar en la otra vereda”, decía sin pelos en la lengua, en tiempos en que lo aplaudían desde las dos hinchadas.
Su último partido lo jugó en 1961, a los 44 años, para Independiente de Medellín, equipo que dirigía. Fue un amistoso, precisamente, ante Boca. Ganaron los colombianos 5 a 2. La historia cuenta que Moreno, que estaba sentado en el banco con su atuendo de técnico, no podía ver lo mal que jugaba su equipo que perdía 2 a 1. Entonces se puso los cortos, entró a la cancha y metió los dos goles con los que daría vuelta la historia. Luego haría hacer dos goles más y cinco minutos antes del final, sin anticipar ni avisar nada, levantó los brazos, saludó al público y se fue. Era el fin de la carrera de un grande de todos los tiempos.
En River jugó 14 años dividido en dos etapas: 1935-1944 (256 partidos y 156 goles) y 1946-1949 (64 partidos 24 goles). Fue “pentacampeón” millonario, 1936, 1937, 1941, 1942 y 1947. En Boca jugó solamente un campeonato, el de 1950, convirtiendo 6 goles en 22 encuentros. En total y contabilizando River, Boca, la Selección y los equipos del exterior en los que jugó, el “Charro” protagonizó 523 partidos convirtiendo 243 goles, un promedio de casi medio gol por cotejo.
Moreno vivió sus últimos años en la localidad de Merlo, dirigiendo al Deportivo Merlo en la divisional C, en 1977 y 1978. Tras su muerte, ocurrida el 26 de agosto de 1978, el estadio de Merlo fue bautizado con su nombre y al equipo comenzó a conocérselo como “Los Charros”.
Gol del Charro a Bosta
Anécdotas
Su fama trascendía el fútbol porque eran un eximio bailarín de tango y un conocedor de la noche porteña. “A mí me reprochaban mis noches milongueras, pero ¿sabés que lindo entrenamiento es el tango para los jugadores? Tenés ritmo en una corrida, manejo de perfiles, trabajo de cintura… Mirá que en una de esas anduve bien por bailar tango por las noches”, contaba José Manuel.
Esas salidas nocturnas siempre se regaban con abundante alcohol y muchas anécdotas que cuentan de sus llegadas una hora antes del partido. Lo tenían que meter a la ducha y darle café para sacarle la resaca. Pero el mismo Moreno relató lo siguiente: “Decidí portarme bien. Nada de trasnochar y sólo leche para beber, durante una semana. El domingo jugamos con Independiente en el “Monumental” y a los 10 minutos ya no podía respirar. No estaba acostumbrado a ese régimen de vida y jugué mal. Fue la tarde que De la Mata hizo un golazo”.
Sobre su vida circulan innumerables anécdotas e historias, como la de su especial relación con “Don José”, su padre, su mejor amigo y su principal valedor. Cuentan que frecuentemente se los veía viernes y sábados por la noche en tenidas nocturnas de copas, baile y chicas bonitas en los más destacados y lujosos cabaretts de Buenos Aires. Ambos mantenían una relación muy especial, al punto de que la gente creía que eran hermanos. “Don José” seguía a su hijo a todas partes y no faltaba nunca a su cita en el “Monumental”. Allí tenía una platea muy cerquita del túnel del estadio, por el cual salía River y obviamente su hijo. Siempre al pasar a un par de metros de su padre rumbo al centro del campo de juego, la primera sonrisa y el primer saludo eran para él. Cuando marcaba algún gol, señalaba con el índice de la mano derecha la platea de Don José, quién se incorporaba como un resorte agitando ambas manos y devolviendo el saludo. Hasta que un día el destino le arrebató a su admirador más fiel, su consejero y su inseparable compañero. Fue un duro golpe para el “Charro”, del que tardó en reponerse. Al punto de que sus compañeros tuvieron que hacerle retornar a las pocas semanas; entonces Antonio Liberti, presidente de River, destinó parte de su sueldo para que la butaca que estaba pegada al túnel permaneciera vacía y custodiada, sin que nadie la ocupase.
Muchos años después el “Charro” confesaría que cuando pasaba por el lado de la butaca y saludaba no la veía vacía, veía a su padre y cuando hacía un gol sentía el saludo y los besos de su progenitor.
Genio y figura Moreno nunca se significó por llevar una vida de deportista, los que le conocieron comentan que antes de cada partido, devoraba una fuente de puchero de gallina y vaciaba más de una botella de vino tinto. Al parecer los dirigentes de River quisieron corregir su forma de vida y Moreno se llevó una semana tomando solo leche, pero en el siguiente partido realizó el peor partido de su vida, por lo que retomó sus “malos” hábitos y el club lo suspendió tomando una polémica decisión. Una medida que provocó una huelga por la que River tuvo que jugar nueve jornadas con suplentes.
Así era Moreno, un jugador que fuera de la cancha llevaba una vida un tanto desordenada pero que dentro de ella era genial, abrumador por su personalidad y su cerebro y de un carisma arrollador.
El jugador de posibilidades infinitas
José Manuel Moreno no jugó ningún mundial. Era demasiado joven para integrar aquel team del ‘34 que perdió sin pena ni gloria en Italia y demasiado viejo para integrar la selección que hubiera podido ir en el ´50 a Brasil. De todas maneras y tras la debacle de Italia, Argentina recién volvería a participar de un mundial en 1958 en Suecia, cuando Moreno ya tenía 42 años en su haber. Lo que sí alcanzó a jugar Moreno fue la Copa América. Y a este trofeo lo levantó 3 veces: en Chile en 1941 y 1945 y Ecuador en 1947. Por si esto fuera poco, metió el gol 500 de la competición en un partido mítico, el 12 a 0 con que la selección nacional derrotó a Ecuador; esta es la máxima goleada que registra la competencia y que tiene en Moreno al máximo goleador de un solo partido: 5 tantos, récord que comparte con Héctor Scarone de Uruguay, Juan Marvezzi de Argentina y Evaristo, de Brasil. Es el segundo mejor goleador argentino (compartido con Gabriel Batistuta) en la historia de la Copa América con 13 goles (Norberto Méndez es primero con 17).
José Manuel Moreno fue nombrado por la Asociación de Estadísticas de la FIFA como el quinto mejor Jugador Sudamericano del Siglo XX, sólo por detrás de Maradona, Pelé, Garrincha y Di Stéfano. En un mundo en donde todo parece medible y sopesable, este “puesto número cinco” no es un dato menor. Pero a los viejos no les importan estas tablas, ni los mundiales ni la numerología. Porque ellos aún lo ven jugar al “Charro” en las canchas de la memoria, y juran y perjuran que nunca vieron nada igual.
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